La República Romana
Durante la época de los reinados etruscos, los romanos adquirieron una mejor calidad de vida y en ese ámbito surgió una aristocracia. Los individuos provenientes de las familias mejor acomodadas se conocieron como los Patricios.
En el 510 a. de C. fue derrocado el último rey etrusco. Fue entonces que las personas buscaron guía en los Patricios, quienes establecieron una nueva forma de gobierno para Roma: la República. Este sistema tenía una constitución que se basaba en los principios de separación, balance, y control entre poderes.
De ahora en más los ciudadanos elegirían dos Cónsules que gobernarían durante un año. Cada uno de ellos controlaría a su colega, teniendo la autoridad para vetar sus decisiones. Los Patricios, a su vez, controlarían al gobierno gracias a su capacidad de ser elegidos para el senado: una institución que, entre otras funciones, aprobaba leyes y autorizaba guerras e impuestos.
Los cónsules se encargaban de supervisar a los empleados del gobierno, recolectar impuestos y controlar que las leyes fueran cumplidas. Poseían una gran cuota de poder cuando actuaban juntos, pero no podían hacer nada individualmente.
Durante los tiempos de guerra los romanos elegían un dictador que pasaba a tener autoridad completa: su palabra era ley. Cuando terminaba la emergencia, su poder era devuelto al senado y a los cónsules electos.
El período de República terminó con el nombramiento de Julio César como dictador perpetuo. Así comenzaba la era del Imperio Romano, en el 44 a. de C.
Durante 450 años, la República Romana fue buena en ofrecer libertades y riquezas a sus habitantes. Además, Roma vio su territorio expandirse espectacularmente.
Desde la Italia central, un pequeño pueblo había crecido hasta dominar el Mar Mediterráneo.
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